EDUCAR A LOS HIJOS EN LA MAGNANIMIDAD

Escrito por Jorge Sotomayor

09/01/2025

No seamos aguafiestas, no los pongamos a la defensiva ni los convirtamos en descreídos o apocados. Rescatemos la alegría, la ilusión y el empuje de nuestra juventud.

 

 

No hay día que no nos retiremos a descansar con dos o tres sucesos, desgracias o escándalos nuevos —al menos para el gran público, que los escandalosos nos llevan la delantera siempre y para ellos ya son antiguos y suelen andar liados en otros—. Habitualmente, estas noticias se suman a los afanes, preocupaciones, trabajos… que a todos se nos presentan en nuestro día a día.

Hace no tantos años, dichos escándalos eran más esporádicos y, en general, el sentido del deber y el pundonor eran patrimonio de un porcentaje notablemente mayor en la sociedad, en cualquiera de sus esferas, lo cual hacía que causaran, lógicamente, indignación y rechazo entre el público, que los condenaba por inmorales y reprobables.

Hoy estamos saturados. El ritmo intenso y la gravedad de las malas noticias que nos asaetean son capaces de minar el ánimo del más pintado. Nadie escapa a este influjo. Sin embargo, seguimos necesitando ese ánimo para bregar con la vida y para educar a nuestros niños y jóvenes, de tal manera que nos es imprescindible procurar un equilibrio mental —pura supervivencia— que, muchas veces, nos lleva a inmunizarnos más o menos conscientemente ante tal sobredosis de maldad y desorden.

¿Y si la solución pasara por evitar que se nos haga el alma pequeña pensando que ya no tenemos influencia en nuestro entorno y —lo que es peor— en nosotros mismos, aunque no nos lo expresemos así o seamos plenamente conscientes de ello?

Hace unos días escuché a alguien decir algo así como que menos mal que ya se le había pasado la edad esa en la que crees que vas a cambiar el mundo. En el contexto, entendí lo que quería decir. No obstante, sus palabras me hicieron pensar. ¿Y si, en realidad, la solución a lo que estamos viviendo estuviera en procurar que no se apague en nosotros esa creencia? ¿Y si la solución pasara por evitar que se nos haga el alma pequeña pensando que ya no tenemos influencia en nuestro entorno y —lo que es peor— en nosotros mismos, aunque no nos lo expresemos así o seamos plenamente conscientes de ello?

La vida y sus experiencias nos llevan a veces al conformismo, a la desconfianza, al descreimiento, al egoísmo, al resabio, al orgullo, al desánimo. Pero la vida continúa y todo esto, aunque creamos que de alguna manera nos protege mentalmente, no deja de ser un lastre que solo nos permite malvivir o, en el mejor de los casos, sobrevivir.

Para vivir con mayúsculas, que es para lo que estamos aquí, hace falta un alma grande, magnanimidad, grandeza de ánimo.

Para vivir con mayúsculas, que es para lo que estamos aquí, hace falta un alma grande, magnanimidad, grandeza de ánimo. Por nosotros y por los que nos rodean. Necesitamos perseverar, a pesar de la edad, del paso del tiempo y de las circunstancias, en la creencia de que podemos cambiar el mundo y trabajar para ello sin temer las dificultades. De hecho, es la única manera de hacerlo. No es autoengaño, es que no hay otra vía. Construir un mundo mejor es hacerlo desde la edificación de aquello que es nuestra responsabilidad: nosotros mismos en nuestro entorno y los que están a nuestro cargo en la educación. Es cierto que no todo es nuestra responsabilidad, pero no podemos olvidar lo que sí lo es, aunque nos parezca pequeño.

A veces, repetimos casi sin pensar un “está todo fatal”, un “ya sé yo cómo acaba esto”, un “nada va a ir mejor”, un “todos son iguales”, un “esto no tiene solución” o reflexiones similares que nos llevan a vivir a la defensiva o desengañados, a perder la esperanza y a paralizarnos. Y de esto es de lo que se están empapando nuestros jóvenes también.

Sin embargo, es propio de la niñez y de la juventud el soñar y querer un mundo que se gobierne por el Bien y la Bondad, y nuestros niños y jóvenes tienen derecho a vivir con ese horizonte esperanzado de expectativas —el mismo que tuvimos nosotros a su edad—, por más que como adultos sepamos por experiencia que no siempre se consigue. Pero es que eso es la vida, lo que se consigue y lo que no, la lealtad y el engaño, la bondad y la maldad, y de todo se aprende y con todo se crece si se tiene el alma grande. Ahí está la clave.

Es nuestra responsabilidad no solo no malograr ese horizonte propicio y prometedor que les corresponde —conservando lo que enriquece nuestra sociedad y cambiando lo que la empobrece y perjudica—, sino también predisponerlos al esfuerzo, a la generosidad, a la gratitud, a la nobleza, a la lealtad, al desprendimiento, a la alegría, a buscar hacer cosas grandes con magnanimidad, con grandeza de ánimo, a pesar de las dificultades.

No seamos aguafiestas, no los pongamos a la defensiva ni los convirtamos en descreídos o apocados. Rescatemos la alegría, la ilusión y el empuje de nuestra juventud, quitémosle el polvo acumulado con el tiempo, saquémosle brillo para actuar nosotros y contagiar de ello a nuestros jóvenes. No podemos permitirnos que se nos encoja el alma ni encoger la suya. Ad maiora semper.

 

 


Fuente: FORUM LIBERTAS

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