EL ARTE DE EQUIVOCARSE BIEN: ERRORES, HUMILDAD Y CRECIMIENTO PERSONAL EN EL TRABAJO

Escrito por Jorge Sotomayor

10/09/2025

Sección: Lo que se cuenta

Cómo los errores bien asumidos fortalecen la coherencia personal y profesional

 

En el entorno laboral actual, la perfección es un mito y el error, una oportunidad. Sin embargo, para que un error se convierta en un instrumento de crecimiento, es necesario abordarlo con virtud, humildad y una disposición interior que favorezca el aprendizaje. Desde la perspectiva de la ética aristotélica y la espiritualidad ignaciana, el error bien asumido puede ser un camino hacia la excelencia personal y profesional.

La virtud aristotélica: del error al aprendizaje

Aristóteles define la virtud como un hábito que se encuentra en el término medio entre dos vicios. En el contexto del trabajo, la virtud se manifiesta en la capacidad de reconocer y corregir los errores con prudencia y templanza. La prudencia, como virtud intelectual, nos permite discernir la mejor acción en cada situación, mientras que la templanza nos ayuda a mantener el equilibrio emocional frente al fracaso.

El filósofo sostiene que la felicidad se alcanza a través de la realización de la función propia del ser humano, que es vivir de acuerdo con la razón. En este sentido, el error no es un obstáculo, sino una oportunidad para ejercitar las virtudes y acercarse a la excelencia. La capacidad de aprender de los errores fortalece el carácter y mejora la calidad del trabajo.

La espiritualidad ignaciana: reconocer y corregir con humildad

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, propuso un método de discernimiento espiritual que invita a reconocer la presencia de Dios en todas las circunstancias de la vida, incluyendo los fracasos. En sus Ejercicios Espirituales, Ignacio enseña a revisar las acciones y decisiones a la luz de la fe, buscando siempre la voluntad de Dios.

Este proceso de examen de conciencia es una herramienta poderosa para el crecimiento personal en el trabajo. Al reflexionar sobre los errores, se puede identificar no solo lo que salió mal, sino también las actitudes y decisiones que llevaron a ese resultado. Este reconocimiento requiere humildad, una virtud que, según Aristóteles, se encuentra en el término medio entre la arrogancia y la sumisión. La humildad nos permite aceptar nuestras limitaciones y aprender de ellas, sin caer en la autocompasión ni en la soberbia.

Coherencia personal y profesional: integrando virtud y espiritualidad

La verdadera coherencia entre la vida personal y profesional se logra cuando ambas están guiadas por las mismas virtudes. El trabajo no es solo una actividad económica, sino una vocación que debe estar al servicio del bien común y del desarrollo humano integral. Al abordar los errores con virtud y espiritualidad, se fortalece la integridad personal y se mejora la calidad del trabajo.

La práctica constante de la virtud, apoyada en la reflexión espiritual, permite transformar los errores en peldaños hacia la excelencia. Este proceso no solo mejora el desempeño laboral, sino que también contribuye al crecimiento humano y espiritual, alineando la vida profesional con los valores del Reino de Dios.

El arte de equivocarse bien no consiste en evitar el error, sino en abordarlo con virtud y humildad. Al integrar la ética aristotélica y la espiritualidad ignaciana, podemos transformar los fracasos en oportunidades de crecimiento, fortaleciendo nuestra coherencia personal y profesional. En última instancia, los errores bien asumidos nos acercan a la excelencia humana y nos permiten vivir de acuerdo con nuestra verdadera vocación.


Fuente: EXAUDI NEWS

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